El cuento del arroz y el constructor de kioscos

arroz1

Un amigo vendía arroz, pero en pequeñas cantidades, solo aceptaba pedidos pequeños porque le costaba cultivarlo y no podía atender muchas peticiones a la vez. Así que lo llamabas o pasabas por su casa y le decías: «Necesitaré un poco de tu arroz para dentro de unos días», y él te lo vendía en el plazo que te daba. El precio estaba muy bien, y la calidad del arroz era buena, y además cumplía con sus plazos. Yo mandaba a mis conocidos a que encargasen allí el arroz.

Un día me dijo que iba a montarse un pequeño kiosco, nada pomposo, pero algo con lo que llegar a más gente. Al fin y al cabo, decía, a lo mejor si me organizo podré llegar a servir más producto y por lo tanto ganaré más. El sabía que yo me dedicaba a hacer pequeños kioscos para negocios como el suyo, pero ya se había comprometido con otro constructor y no podía darme el trabajo, no te preocupes, le dije, has elegido bien, porque era verdad. El otro constructor era muy bueno.

Pasaron los meses y un día me llama para decirme que el otro constructor que le iba a hacer su kiosco para vender arroz, le había dejado a medias y no lo tenía terminado. Que tenía prisa por terminar porque tenía compromisos y que a ver si yo le podía ayudar. Por supuesto que le ayudé, me marcó un plazo para terminar. Necesité ayuda porque no tenía ni los planos, ni los materiales, ni tan siquiera sabía cual era la idea original que el constructor le había diseñado, así que hablé con ese constructor que amablemente me ayudó. El trabajo estaba casi al 80% terminado, pero faltaban los últimos retoques, los más importantes. Me tocó trabajar en fines de semana y festivos pero no importaba porque estaba seguro que mi amigo me lo iba a agradecer dándome al menos un par de kilos de ese arroz que tanto me gustaba y su reconocimiento.

El anterior constructor me indicó el dinero que él hubiera cobrado por terminar el trabajo, pero yo no buscaba esa recompensa porque solo había hecho  una pequeña parte. Me conformaría con tener arroz, y su reconocimiento . Sabía que le iba a ir bien en su negocio y que él me recomendaría.

Terminé el trabajo en el plazo fijado, y me lo agradeció.  Puso en su tienda un cartel que ponía mi nombre. Pero no llegó el arroz. A las pocas semanas yo necesité arroz y se lo encargué, y él me lo cobró.

Pasaron las semanas, a mi amigo le iba bien el kiosco, y presumía de ello. Un día lo vi hablando con otro constructor, uno de esos que hacen grandes construcciones, y pensé que a lo mejor iba a hacer su kiosco más grande, así que le dije: «Si vas a hacer más grande tu kiosco, avísame, me gustaría que contases conmigo por si puedo ayudarte». Y el se enfadó porque me metía en cosas que no me importaban.

Hace unos días pasé por su kiosco y vi que lo había ampliado y que había sido el constructor de grandes edificios el que había hecho el trabajo, porque lo ponía en un cartel. También el constructor grande lo había anunciado por todos lados.

Ahora venderá más, porque llegará a más gente y podrá atender más pedidos, pero me cuesta imaginar que pueda recomendar su arroz porque ha perdido la esencia que tenía.

Arroz venden en más sitios, pero yo valoraba su forma de hacerlo, porque en estas cosas no se paga por el precio del producto, se paga porque alguien sabe hacer bien algo que tú no sabes….en todos los casos, tanto para los que venden arroz, como para los que construyen kioscos, por muy poco relevante que nos parezca su trabajo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Límite de tiempo se agote. Por favor, recargar el CAPTCHA por favor.