Tigretón

Estaba sentada en una de las sillas metálicas del parque, en aquella terraza, que tantas veces había visitado en los últimos días. Estaba empezando a pensar en cambiar de sitio, o los camareros empezarían a sospechar de mi. Iba por la segunda cerveza, cuando vi que se acercaban dos chicos, de mi edad, mas o menos. Se sentaron cerca de mi mesa. Bien, pensé. Hoy habrá doble ración.

Al principio, no se fijaron en mi, casi nada. Estaban usando sus móviles, se reían, posiblemente estuvieran intercambiando números de teléfono. Como vi que tardaban en “echarme el ojo”, decidi ser yo la que provocase la situación. Me puse mirando hacia ellos, me mostré algo mas seductora. Bajé un poco el tirante de mi camiseta, y sonreí con picardía. Enseguida uno de los dos se fijó, pero no dijo nada. Me miraba de soslayo, para no despertar sospechas. Asi no podía seguir, asi que tomé yo la iniciativa. Otra vez, por cierto. Me levanté de mi mesa, y fui a la de ellos.

-¿Está libre este sitio?-pregunté.
-Te estaba esperando a ti-, dijo el que me habia observado antes.

Me senté, y con la excusa de que me explicasen como se podía mandar un mensaje con mi móvil, iniciamos una conversación, que acabó en una buena juerga. Primero en la terraza, donde estuvimos un par de horas, y bebimos mucho, sobre todo ellos. Lugo camino de mi casa, ya empezaron a mostrarse mas “abiertos”, y comenzaron a meterme mano. Pero yo les decia que esperasen a llegar a casa, que alli seria mejor.

Llegamos, les saque mas bebida. Seguia jugando a hacerme un poco la dura, pero dejandoles hacer, para que se confiaran. En la segunda copa, les puse los polvos en las copas. No se dieron cuenta. A partir de entonces tenia media hora. Por eso les dejé que me hicieran lo que mas deseaban. Al fin y al cabo era su ultima media hora, y sinceramente, no estuvieron nada mal. Me dieron cierta pena, cuando cayeron rendidos y dormidos por el efecto de la droga. Me vestí, los saqué al jardín y dejé que Tigretón hiciese el resto.

Y es que nadie me habia dicho que al crecer, la cria de tigre que me habian regalado, iba a necesitar tanta carne para subsistir. Y yo no podia permitir que se lo llevasen al zoo, o que se muriese de desnutrición.

Relato

Gracias a Fernando Sarriá, he rescatado este relato escrito hace unos años. El también lo ha publicado en su web.

Si hubiese tenido una semana más… muchas veces me lo he preguntado. ¿Qué hubiese pasado?. Nadie me lo puede decir, obviamente, pero si que puedo dejar volar la imaginación, y suponer que como mínimo, el cuerpo de Nadia no lo habrían encontrado. A Salvador y a Lucía, les habría
podido terminar de disecar, y a Fernando, le habría terminado los ojos de cristal, y habría perdido ese dantesco aspecto que presentaba. Un muerto con las cuencas de los ojos vacías, es muy desagradable. Pero aquel día, todo se precipitó, no me dieron tiempo a nada. La policía se presentó en mi casa, y me obligó a acompañarles hasta la exposición. Arturo, mi representante, me esperaba en la puerta, junto con el inspector Ramírez, y me pidieron que les explicase todo. Habían descubierto que todos mis figurines, eran en realidad cuerpos disecados y cubiertos de un barniz, que yo mismo había compuesto, con una mezcla de nutrientes y lacas, para evitar la descomposición de la carne. Confesé que yo había sido el único culpable, y que en mi taller, encontrarían 4 cuerpos más. Inmediatamente, me encerraron en esta celda, de la que nunca saldré. Ahora sé que nadie me visitará jamás. La única persona que me hubiese perdonado, y habría venido a verme, sería mi madre, pero… fue mi primera obra. Y nadie sabe donde se encuentra, sólo yo la veo, una vez a la semana, cuando visito la capilla de la cárcel. Debo reconocer que me costó mucho trabajo hacerle adoptar la postura de la Virgen postrada a los pies de Jesús. Pero el trabajo mereció la pena.