LA HORA QUE NO TENÍA QUE SER

Mi buen amigo Fernando Sarría inauguró hace unas semanas un nuevo blog, y me animó a participar. Se trata de un blog en que publica microrelatos.

Le mandé uno… y me lo ha publicado. Gracias Fernando!!

No era ni temprano ni tarde, simplemente era la hora que no tenía que ser. No encontró su ropa al levantarse, ni los zapatos. Un viejo pijama era su única vestimenta.
Trató de recordar cuando había llegado allí, con quien, a que hora, pero su mente estaba en blanco. Recordaba la habitación, la casa, pero estaba seguro que no era la suya. Se asomó a una ventana, una avenida pero casi vacía, apenas unos coches y unos viandantes allá abajo, a ocho pisos de altura. Se acercó al baño, orinó. Pasó a la cocina, busco algo de comer. La nevera llena de comida, cogió una caja de leche y unos bollos de la encimera. Calentó el desayuno y se lo tomó. Puso la radio, noticias.
«Faltan dos horas y cuarenta minutos para el final» . Solo se escuchaba una cuenta atrás y algo de música en otras emisoras. Buscó una tele, la encontró. La encendió y lo mismo que en la radio: «Faltan dos horas y treinta y dos minutos para el final». Ahora no había nadie en la calle. Se quedó esperando. Dentro de ciento cincuenta minutos sabría la razón por la que estaba allí.

Relato

Gracias a Fernando Sarriá, he rescatado este relato escrito hace unos años. El también lo ha publicado en su web.

Si hubiese tenido una semana más… muchas veces me lo he preguntado. ¿Qué hubiese pasado?. Nadie me lo puede decir, obviamente, pero si que puedo dejar volar la imaginación, y suponer que como mínimo, el cuerpo de Nadia no lo habrían encontrado. A Salvador y a Lucía, les habría
podido terminar de disecar, y a Fernando, le habría terminado los ojos de cristal, y habría perdido ese dantesco aspecto que presentaba. Un muerto con las cuencas de los ojos vacías, es muy desagradable. Pero aquel día, todo se precipitó, no me dieron tiempo a nada. La policía se presentó en mi casa, y me obligó a acompañarles hasta la exposición. Arturo, mi representante, me esperaba en la puerta, junto con el inspector Ramírez, y me pidieron que les explicase todo. Habían descubierto que todos mis figurines, eran en realidad cuerpos disecados y cubiertos de un barniz, que yo mismo había compuesto, con una mezcla de nutrientes y lacas, para evitar la descomposición de la carne. Confesé que yo había sido el único culpable, y que en mi taller, encontrarían 4 cuerpos más. Inmediatamente, me encerraron en esta celda, de la que nunca saldré. Ahora sé que nadie me visitará jamás. La única persona que me hubiese perdonado, y habría venido a verme, sería mi madre, pero… fue mi primera obra. Y nadie sabe donde se encuentra, sólo yo la veo, una vez a la semana, cuando visito la capilla de la cárcel. Debo reconocer que me costó mucho trabajo hacerle adoptar la postura de la Virgen postrada a los pies de Jesús. Pero el trabajo mereció la pena.