Un artista, por el sólo hecho de serlo, tiene derecho a vivir del trabajo de los demás. Que el bien que produce se venda o no, se consuma o no, se pague por él o no, no tiene la más mínima importancia. Cuando los productos de una empresa no tienen demanda y los clientes no pagan por ellos, la empresa quiebra. Pero si eres un artista, estás mucho más allá de la ley de la oferta y la demanda: tienes derecho a acudir al ministro de turno y conseguir que a partir de ese momento te dedique una porción del precio de cualquier aparato, objeto o artefacto que los ciudadanos pagan con el sudor de su frente, eso sí, convenientemente convertido a monedas de curso legal, porque lo contrario sería una guarrería. Poco importa que los bienes gravados sean importantes para el avance de la sociedad de la información: teléfonos móviles, CD-ROM, ¿por qué no ordenadores, ADSL o discos duros? ¿Qué importancia tiene el progreso de la sociedad de la información cuando lo comparamos con la perspectiva de un más que seguro futuro sin arte? Ante tamaña barbaridad inimaginable, todo lo demás se relativiza y palidece. Que quede claro: aquí todo vale si el artista, en su infinita gracia y sabiduría, lo solicita.
Y este video de regalo:
Un comentario en «Un artista es…»