Hoy he estado pasando el día en un pueblo al que solía ir mucho antes. He pasado por la plaza a mediodía, a tomar el vermut. En la plaza había unos cuantos hombres sentados en bancos o de pie, hablando de sus cosas. También había niños jugando y madres comentando cosas. Yo simplemente observaba.
Ha llegado un amigo, nos hemos puesto a hablar, y nos hemos metido a tomar una cerveza a uno de los bares, y hemos seguido hablando. Se han acercado otros amigos y la conversación se ha animado. Y han salido muchos temas de conversación. Y como nos conocíamos, mirándonos a la cara sabíamos que sentía cada uno.
Y se me ha ocurrido el paralelismo que había entre eso y la vida social que llevamos a través de internet. Si, ya lo se, no he descubierto nada, pero he visto que no hay tanta diferencia como algunos quieren ver a la hora de catalogar las redes sociales como algo moderno. Siempre nos hemos comportado igual, con o sin Twitter, Facebook o Tuenti. Lo que necesitamos sencillamente es comunicarnos con los demás, el medio es lo de menos.
Buscamos a alguien que nos escuche, nos aprecie y/o nos comprenda.
Los ancianos de la plaza no entienden de redes, pero las aplican mejor que nadie, porque siempre lo han hecho. Los niños se divierten, los demás buscamos esa relación social que nos haga sentir vivos. Solamente hemos evolucionado en el método de mantener contactos, pero seguimos valorando el de verdad, el contacto humano, el que nos permite mirar a un amigo a la cara y descubrir como se encuentra.
Luego llegaremos a casa y contaremos cosas por estos medios cibernéticos, o no, y todo al final consiste en eso. Yo hablo y alguien me escucha… y si encima me divierto, mejor.