Ben Harper se inmoló ayer en Zaragoza. Porque lo que hizo en el anfiteatro de Ranillas fue algo más que un concierto de rock y blues. Fue una catedral de sonidos y un incendio de vitalidad.
¿Quién dijo bostezos? Había leído que el concierto de Santiago de Compostela había acabado entre bostezos y pensé que se adentraría en la faceta más intimista, más acústica. Craso error. No hubo tiempo en la noche a las orillas del Ebro al más mínimo asomo de aburrimiento. Desde el principio dejó claro Ben Harper que venía a dejar huella de su talento con las guitarras. Y da igual que toque sentado con su “slide” que de pie o con una acústica. Da igual. Es puro talento.
Se ha hablado mucho y en balde, de si es el heredero de otros guitarristas clásicos. También da igual. Allí aparecieron los espíritus de Jimi Hendrix, de Gary Moore, de Lenny Kravitz, por separado y conjuntamente. Se había dicho también que, al cambiar de banda, se podía notar cierto alejamiento de sus discos mas conocidos. Pero la nueva banda (Relentless 7), no tiene nada que envidiar a los The Innocent Criminals.
Su último disco, “White Lies for Dark Times”, fue el esqueleto de la parte principal de su concierto. Pero hubo tiempo de varios bises y repasó sus principales éxitos como “Diamonds on the inside” que fue de lo mas coreado en la noche.
Desconozco qué pudo provocar los bostezos en su concierto de Santiago, pero aquí, en Zaragoza, dudo mucho que nadie de los miles de seguidores que estábamos allí, tuviese un amago de abrir la boca para expresar aburrimiento. Más bien todo lo contrario.
Previamente, estuvo la banda local Loner que pusieron la nota funky de la noche y el australiano Xavier Rudd que demostró sus dotes de multiinstrumentista y empezó a calentar la noche que, posteriormente, vimos arder con las guitarras de Ben Harper.