Peter Gabriel » Tom Waits from The Voice Project on Vimeo.
Lo reconozco, tengo debilidad especial por éste músico. No se que es lo que mas me gusta de él. Su voz rota, sus melodías caóticas, sus sonidos estridentes, su vertiginosa producción musical, todo junto.
El caso es que vino la semana pasada por primera vez a España, y lamentablemente no estaba entre los asistentes. Pero me basta (que remedio) con leer estas crónicas que recopilan en el blog Máquina de huesos:
Los amigos de Noticias de Gipuzkoa:
¿RECUERDAN el amargo diálogo final de Esperando a Godot ? Vladimir preguntaba: «¿Nos vamos?» A lo que Estragón respondía: «Sí, vámonos». El autor de la obra, Samuel Beckett, cerraba el libro con una última acotación: «No se mueven».
Pues bien. Otra lacerante y larga espera, la de Tom Waits, concluyó ayer en la capital guipuzcoana con un final más feliz que el de Godot, que jamás apareció. Sobre las 21.30 horas, el artista californiano -cuyo parecido con Beckett, por cierto, es asombroso- saltó a la arena del Kursaal y desató la taquicardia entre las 1.800 almas que le aguardaban con inusitada expectación. En 35 años de carrera, Waits nunca había pisado un escenario español, y que haya elegido Donostia como la primera ciudad del Estado que visita es un hecho que debe ser considerado como histórico. De ahí el nerviosismo que podía percibirse en el recinto.
Cobijado bajo uno de esos sombreros que son para él lo que la pipa para Sherlock Holmes, Waits irrumpió en el escenario con la banda que le acompaña en esta gira bautizada como Glitter and Doom -algo así como «brillante y tenebrosa» o «brillante y maldita»-. Patrick Warren (teclados), Omar Torrez (guitarras), Vincent Henry (vientos), Seth Ford-Young (bajo) y su hijo Casey Waits (batería y percusiones) pusieron su artillería sonora al servicio del infernal akelarre del viejo de Pomona.
repertorio más reciente
«Aullar y tocar»
Habían prometido «aullar» y tocar mambos y rumbas. Y eso es precisamente lo que hicieron. En el primer tramo del concierto sonaron canciones como Lucinda -que fue la primera-, Way down in the hole , Falling down , Hold on y una incendiaria Lie to me . Posteriormente, solo al piano, Waits interpretó varias piezas, para acabar con una escalofriante Innocent when you dream , que incluso hizo caer la lágrima de más de uno.
El grueso del repertorio lo centraron los temas de sus últimos álbumes –Mule Variations , Blood Money , Real Gone , Orphans -, y ello provocó que algunos espectadores lamentaran el olvido de trabajos de juventud tan brillantes como Closing Time , Small Change o Heartattack and Vine .
Terminado el concierto, sin embargo, todos coincidieron en calificar la actuación de prodigiosa y en señalar que, sin duda, protagonizar la obra Esperando a Waits había merecido la pena.
La Vanguardia
El cantante californiano ha ofrecido esta noche en el Kursaal un formidable aperitivo del doble concierto que hará lunes y martes en Barcelona
San Sebastián.(EFE).- A Tom Waits siempre le han perseguido los adjetivos más extremos, que han alimentado además su carisma de músico de culto, y lo que hoy ha hecho en San Sebastián va a seguir engordando esa leyenda de «outsider» que se resiste a encasillamientos y que ha dejado a todo el mundo con ganas de más.
El cantante californiano ha ofrecido esta noche en el Kursaal un formidable concierto, el primero de su carrera en España y el primero también de su gira «Glitter and Doom» en Europa, que le llevará el lunes y el martes a Barcelona, y después a Milán, Praga, París, Edimburgo y Dublín.
Quienes han llenado esta noche el auditorio donostiarra no iban a la aventura, era una gran mayoría de seguidores devotos que conocía sobradamente la trayectoria de Waits, pero una cosa es saber y otra vivir a unos pocos metros el «show» de este gran contador de historias, casi indefinible sobre el escenario, donde ha logrado que convivan la fuerza, el reposo, el humor y la poesía.
Lo ha hecho en dos horas largas y 24 canciones, tocado con su inseparable sombrero, en un repaso a buena parte de su discografía y con un resultado impactante, cómplice con el público y realmente hermoso muchas veces.
Sus seguidores lo han recibido puesto en pie, lo han aclamado repetidamente y lo han seguido, se han dejado llevar por un gran músico que parece saber muy bien lo que quiere la audiencia, a la que se ha entregado como es, manierista y excéntrico, y con mucha alma de «clown».
Una plataforma circular de unos pocos metros le ha bastado al compositor estadounidense para moverse sobre el escenario, que sólo ha abandonado para interpretar tres temas al piano, entre ellos, «Innocent when you dream», con el que el público le ha acompañado en el estribillo y con el que ha conseguido uno de los momentos más bellos de la noche.
Como un viejo predicador, vestido con chaqueta y chaleco gris y unas botas que bien podrían haber trillado decenas de kilómetros, Waits no ha necesitado apenas dar un paso. Girando sobre sí mismo, encorvándose y jugando a volar con los brazos ha dominado su pequeño teatro.
Si en algo ha respetado la ortodoxia ha sido en el programa, pues ha mantenido el esquema de su «Glitter and Doom» americana, en la que ha dejado hueco a buena parte de sus grabaciones, pero dando un mayor peso a álbumes como «Mule Variations», del que no han faltado «Hold on» y «Black market baby», y «Real Gone», del que ha interpretado unas estupendas «Hoist that rag» y «Make in rain».
«Cold cold ground», «November», «Falling down», «All the world is green» y «Cemetery polka» son otras de los temas que se han escuchado en esta cita, histórica sin duda alguna para sus fieles, en la que se ha pertrechado del megáfono para cantar «Chocolate Jesus».
Quizá su voz áspera haya sonado menos a la del ogro que se va a comer al niño del cuento, pero la esencia Waits ha permanecido de principio a fin en este concierto del estreno español, que ha concluido con «Anywhere I lay my head», de su disco «Rain dogs».
Antes de ese tercer bis había cantado «Trampled rose» y «Eyeball kid», donde el ojo del chico se convirtió en una pelota-boomerang disparada en cualquier dirección, todo un número circense para adornar un final que nadie deseaba que llegase.
A Waits, con 58 años, la época de clubes y garitos nocturnos se le acabó hace tiempo. Ahora tiene mujer e hijos y uno de ellos, Casey, le acompaña en esta gira a la percusión, pero seguro que más de uno habrá abandonado esta noche el Kursaal con cierta sensación de que la ropa le olía algo a tabaco.
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Borja Hermoso en El País
Tom Waits en San Sebastián ya es nostalgia. Se fue a la medianoche en punto, a la hora en que las brujas y los trasgos respetables se retiran a sus aposentos, donde no es descartable que les aguarde un buen bourbon. En la tierra fría, fría, como él mismo cantó ayer desde debajo de su bombín negro de deshollinador a tiempo parcial. Rugiendo, maullando y aullando adioses confusos de difícil o imposible descripción.
Se llevó las almas del público, almas borrachas de ‘blues’, de rock, de ‘soul’…
Fue uno de esos raros conciertos con el marchamo de inolvidables
El cantante lleva una banda extraordinaria, y eso no admite un pero
Horas después, la bandera negra del trovador truculento seguía ondeando en los mástiles del Kursaal sobre las cabezas de 1.800 pobres diablos. Días después, semanas, meses, quién sabe si años y hasta lustros que ya serán recuerdo, los efluvios del desconcierto permanecerán incrustados en los tímpanos y en las retinas de todos nosotros, pobres reos de nocturnidad, incautos rehenes temporales del bardo de Pomona, California, planeta mundo, según se mira, a mano izquierda de la fascinación y el embeleso, en la tierra fría, fría.
En San Sebastián, ayer por la noche, como quien se autoinmola a lo bonzo para dar cuenta de una inquebrantable confianza en su propia apuesta, Tom Waits se llevó las almas del público, almas borrachas de blues, de rock, de soul, de carnaval y de circo, aulló pasiones y lamentos como nadie nunca había aullado, se quedó con la chica, con las chicas, pese a exhibir una de las jetas más inexplicables de la historia de la fisicidad humana -un cruce temible entre Lee Marvin y el hermano Salvatore, el monje políglota y demoniaco de El nombre de la rosa- y ejerció de lo que sabe: una factoría de ruidos y melancolías.
Después de haberse pegado una semana de vacaciones familiares y gastronómicas en las calles y tascas de San Sebastián y Pamplona (Arzak, Akelarre, Rekondo, Sanfermines y hasta una peluquería en la que soltó al peluquero: «¡Hola, quiero un corte a lo Tom Waits!»), el creador de himnos de azufre como Cold Cold Ground (desoladora su versión de ayer por la noche en San Sebastián) o Innocent when you dream (divertida, áspera y bromista en el Kursaal) protagonizó uno de esos raros conciertos marcados con el marchamo de lo inolvidable. Dos horas de música, poesía, mímica, vodevil, contorsionismo, procacidad, susurro, rugido, cariño, sorpresa, siempre la sorpresa, siempre, ayer -durante dos largas pero tan cortas horas- la dulce y escasa dictadura de lo imprevisible.
Falling down… y todo recobra otro sentido ahí, hundido / abrumado en tu butaca viendo venir la noche, oyendo rugir al monstruo. Y da igual que el malditismo militante ocupe los ínfimos tiempos muertos, y da igual que ese señor californiano y feo que ruge y brama recitados y chistes dé la sensación a veces de estar quedándose con el personal, que, por cierto, traga con todo, incluso con el desembolso de 133 euracos de vellón, con la que está cayendo aquí y en Bujumbura.
«Tengo una banda estelar, todos tocan con la precisión de un coche de carreras», le gusta decir a Tom Waits, y nada se le puede objetar visto lo visto, oído lo oído ayer: Larry Taylor en el bajo, Patrick Warren en los teclados, Omar Torrez a la guitarra, Vincent Henry en los vientos (increíbles sus solos soplando dos saxos al tiempo) y su hijo Casey Waits a bordo de la batería arroparon inconmensurablemente al padre de Swordfishtrombones en el arranque de su gira europea.
Hay que establecer, tras lo de ayer en el atestado Kursaal donostiarra, dos evidencias tan irremediables como que todo tiene principio y fin y como que al igual que nacemos, morimos: una, Tom Waits (60 tacos el año que viene) es un animal escénico de primer orden, no diremos que a la altura de su adorado Marcel Marceau, pero eso sí, con lujo de estruendos; dos, Tom Waits lleva una banda extraordinaria, y eso no admite un pero.
Él mismo se unió a la kermesse instrumental tocando por tiempos la guitarra, el piano y las maracas, desafinando (pero con estilo) desde un enorme megáfono y hasta dando pataditas chulescas a unos aparatitos ignotos e indescifrables que estaban en el suelo, justo delante de sus pies, y que hacían cling cling cling, una bobada como otra cualquiera, pero que de repente te transportaba a la antesala de cualquier viejo circo de los arrabales. Sabe mucho Tom Waits del sonido triste de los circos, mientras al fondo pasan trenes que van exactamente a ningún sitio.
Hizo mucho caso a uno de sus grandes discos, Blood money, al que en ocasiones le puso, de forma sorprendente una vez más, el rasgueo vibrante de una guitarra española en las manos de Omar Torrez. Siempre, otra vez, a la contra, siempre dispuesto a dar la batalla de la sorpresa.
La no-relación de Tom Waits con un país llamado España ya es pasado. Ayer estuvo en San Sebastián. El lunes y el martes estará en Barcelona. Algún día, algún abuelo, en algún lugar, dirá a sus nietecitos: «Yo le vi».
Agencia EFE
El Kursaal de San Sebastián fue testigo del primer concierto en España del músico
El singular cantante, compositor de los bajos fondos, abrió además con su concierto en San Sebastián la gira europea de Glitter and Doom, que le llevará a Barcelona los días 14 y 15 y después a Milán, Praga, París, Edimburgo y Dublín.
En su actuación sonó Way down in the hole, además de Lucinda, que fue la elegida para abrir un concierto donde no faltaron algunos clásicos de sus álbumes Rain dogs, Bone machine, Mule variations y Real Gone, considerados por muchos como los mejores del genio californiano.
Hace ya varios años que Waits atraviesa una segunda juventud, sobre todo después del lanzamiento de Real Gone (2004), su último disco de estudio, o el triple CD de rarezas Orphans (2006), con el que ha vuelto a estar en la boca de todos. Él, que parece plantar cara al paso de los años, regaló una noche de música inolvidable. Fueron himnos para borrachos impregnados de música popular americana y de blues, dos estilos por los que sigue caminando el cantante de voz áspera que tantos palos ha tocado, siempre de una forma personalísima y cada vez más experimental.
Si en la última década Waits ha huido prácticamente del directo y sólo se ha prodigado por aforos reducidos, para Glitter and Doom ha elegido teatros y auditorios, todo un privilegio para las casi 1.800 personas que le vieron en San Sebastián y las 6.200 que lo harán después en Barcelona.
En la gira, que comenzó el pasado 17 de junio en Phoenix, Waits va acompañado por sus músicos habituales: el bajista Larry Taylor, la guitarra de Omar Torrez, Patrick Warren a los teclados y Casey Waits en la percusión. De ellos ha llegado a afirmar que «tocan con la precisión de un coche de carreras» y que todos ellos son «verdaderos prestidigitadores», ya que hace canciones con ellos que nunca se atrevería a tocar sin su presencia. «Multi-instrumentistas que incluso bailan la polka como hombres de verdad», ha comentado en varias ocasiones.
Si lo de anoche fue un triunfo por goleada, Barcelona espera ya ansiosa el doblete de Tom Waits.
Javier Pérez de Albéniz en Soitu.es
SAN SEBASTIÁN.- Eran las 21:54 del sábado 12 de julio de 2008. A esa hora, ese día, Tom Waits pisó por primera vez un escenario español, el del Kursaal donostiarra. Tenía un gran foco de luz blanca sobre la cabeza y un desierto bajo los pies. Se ajustó el sombrero, golpeó el suelo con sus pesadas botas negras, levantó una polvareda y puso en marcha el teatro de su vida. Dos horas de ruidos, silencios y canciones. El hombre con el hígado jodido y el corazón roto ofreció un concierto, el primero de su gira europea («Glitter and Doom»), intenso, teatral, sorprendente y en ocasiones deslumbrante.
San Sebastián pudo ver un iluminado Tom Waits.
Waits presentaba un aspecto excelente: el cuerpo de un espantapájaros, con las articulaciones descoyuntadas, el traje arrugado y una lija en la garganta. Perfecto para arrastrar por todos los rincones del planeta sus canciones sobre perros mojados, bebedores de whisky en tazas de té y chicas que sólo son inocentes cuando sueñan. Desde ‘Cold Cold Ground’ a ‘Hold On’ pasando por ‘On the Nickel’. Canciones que disfrutaron de un sonido perfecto desde el primer minuto de concierto, algo nada habitual. Como no lo es la solvencia y discreción de unos músicos vestidos de riguroso negro: guitarra, teclados, contrabajo, saxos y batería (con la colaboración especial de otro de los hijos de Waits, además del batería, al clarinete y percusiones).
A lo largo de dos horas, con la sala repleta, el californiano dio un repaso a su carrera, teniendo tiempo para sentarse al piano, tocar la guitarra eléctrica y acústica, filtrar su voz por un megáfono y jugar a la pelota con uno de sus ojos, en una broma rítmicamente siniestra. La banda sonora perfecta para una película de Tim Burton. Música de burdeles, de desguace de autobuses, de pensiones con chinches, de piano bar, de fábrica de alambre de espinos, de circo ambulante. Los sonidos del mundo y algunas cosas más en un escenario sencillo pero eficaz, en el que unos grandes focos laterales creaban tonalidades de diferentes colores. Naranja, rojo, blanco, dorado… Una puesta en escena brillante para unas canciones que no atienden a reglas, que se elevan sobre si mismas desde la voz irrepetible de un genio. Una alternativa inteligente a la monotonía, puede que la verdadera música.
En San Sebastián estuvo el Tom Waits de ‘Rain Dogs’ y ‘Swordfishtrombones’, el cantante de cabaret que ejerce de mimo, el actor que trata de pisar su propia sombra, el eslabón perdido entre Jack Kerouak y Joe Ramone. Toneladas de talento en un dios zarrapastroso que odia la televisión, que se niega a que utilicen sus canciones en publicidad y que jamás ha estrenado zapatos. Ajeno a las urgencias de la música actual, cubierto de purpurina, sudor y polvo, Waits bajó el telón a medianoche. Es un espíritu libre que, como Hamlet, cree que «el resto es silencio».
Informativos Telecinco:
El cantante californiano Tom Waits ha ofrecido un formidable concierto, el primero de su carrera en España y el primero también de su gira «Glitter and Doom» en Europa. Durante dos horas largas y 24 canciones sus fans han podido disfrutar de este artista en el Kursaal de San Sebastián.
A Tom Waits siempre le han perseguido los adjetivos más extremos, que han alimentado además su carisma de músico de culto. Su concierto en San Sebastián es un ejemplo más de la leyenda de «outsider» que se resiste a encasillamientos.
Los asistentes eran en una gran mayoría seguidores devotos que conocían sobradamente la trayectoria de Waits. Por eso han disfrutado con este gran contador de historias, casi indefinible, que ha logrado que convivan en el escenario la fuerza, el reposo, el humor y la poesía.
Tocado con su inseparable sombrero, ha hecho un repaso a buena parte de su discografía. Una plataforma circular de unos pocos metros le ha bastado al compositor estadounidense para moverse sobre el escenario, que sólo ha abandonado para interpretar tres temas al piano, entre ellos, «Innocent when you dream”.
Como un viejo predicador, vestido con chaqueta y chaleco ha dominado su pequeño teatro. Si en algo ha respetado la ortodoxia ha sido en el programa, pues ha mantenido el esquema de su «Glitter and Doom» americana, en la que ha dejado hueco a buena parte de sus grabaciones, pero dando un mayor peso a álbumes como «Mule Variations», del que no han faltado «Hold on» y «Black market baby», y «Real Gone», del que ha interpretado unas estupendas «Hoist that rag» y «Make in rain».
«Cold cold ground», «November», «Falling down», «All the world is green» y «Cemetery polka» son otras de los temas que se han escuchado en esta cita, histórica sin duda alguna para sus fieles, en la que se ha pertrechado del megáfono para cantar «Chocolate Jesus». Tres bises pusieron fin al concierto de un Waits que, con 58 años, puso hace tiempo fin a la época de clubes y garitos nocturnos. Pero seguro que más de uno habrá abandonado el Kursaal con cierta sensación de que la ropa le olía algo a tabaco.
Y un video:
Viene por primera vez, y no debería perdérmelo.
La Banda:
Larry Taylor – contrabajo
Patrick Warren – teclados
Omar Torrez – guitarras
Vincent Henry – instrumentos de viento
Casey Waits – batería y percusión
Las Fechas:
12 de julio – SAN SEBASTIÁN Auditorium Kursaal
– Ticket Hotline 902 10 12 12 y www.telentrada.com. 2 de junio 9.00AM.
14 y15 de julio- BARCELONA – Auditorium Forum – Ticket Hotline 902 10 12 12. y www.telentrada.com. 2 de junio 9.00AM.
Ya en su momento colgué un video
Es uno de mis músicos preferidos.
Me gustan mucho sus discos, su destrozada voz, su (a veces) caótica música, su prolífica carrera.
Un video como reclamo, de sus muchos en Youtube.