Un año de clases online por videoconferencia es tiempo suficiente para sacar conclusiones. En mi caso ya llevaba varios años usando este sistema, pero no con la intensidad de estos doce últimos meses. Y hay algunas cosas que he sacado en claro
1.- Me gusta porque es cómoda. Sentarte delante de tu ordenador, en tu casa, en tu ambiente, con las cosas que necesitas cerca y sin demasiados protocolos, es confortable. Y ya no lo digo por el hecho de que puedes dar la clase en zapatillas (en mi caso es la única licencia que me he tomado, nada de chandal ni pijama)
2.- También suele ser cómoda para el alumno. No se desplaza, puede hacerla con cierta comodidad en todos los sentidos y si tiene motivación, apenas hay diferencia con una presencial.
3.- Permite ajustar mejor los tiempos. Puedes acabar una sesión y a los diez minutos estar en otra aunque sea para un público y una empresa distinta. Se pierden los desplazamientos y por lo tanto ajustas mejor el calendario
4.- Las plataformas online han evolucionado mucho en poco tiempo. Hay muchas y todas permiten casi todo lo que tendrías en una presencial (compartir pantalla, grabación, compartir documentos, etc.)
Pero todo eso se viene abajo cuando aparecen los fantasmas. Y llamo fantasmas a aquellos alumnos que ni se muestran por la cámara, ni pronuncian palabra en toda la clase. Yo, que llevo más de 30 años en esto de la formación, me encuentro ridículo cuando tengo delante una audiencia de 20 rectángulos negros que no se manifiestan de ninguna manera. ¿Están ahí?, ¿Han dejado el audio puesto y están almorzando?. Es desesperante. Hay un meme que corre por ahí que relaciona las clases online con una sesión de güija (¿hay alguien ahí?, ¿me escuchas? ¿Si estás ahí dinos algo?) que representa perfectamente lo que es a veces estas sesiones.
Me he encontrado sesiones de 20 alumnos en clase de 3 ó 4 horas que apenas han escrito en el chat un par de frases, sin verlos, sin saber si son quienes dicen ser, sin escuchar sus voces. Y en ese momento todo tu plan de clase se va al garete.
En una clase presencial, la experiencia te ayuda a detectar comportamientos. Sabes quien pasa de todo, quién se lo sabe, quién ha desconectado y quien está al quite de todo lo que cuentas. Pero la formación en estas últimas circunstancias es lo más parecido a dar una clase presencial en la que los alumnos están encerrados en cubículos a los que no tengo ningún tipo de acceso. Y se hace muy cuesta arriba, mucho.
¿A qué tiene miedo la gente? ¿A estas alturas tenemos miedo de que nos vean la cara por internet? ¿Se esconden también por la calle para que no les vean? ¿Acaso queremos evitar que tenemos la pared de detrás de nosotros desordenada?, ¿pensamos que así preservamos la intimidad?
Puedo entender que en determinados casos, no podamos compartir video y/o audio (mala cobertura por ejemplo), pero no que sea la norma.
Recientemente di un curso a 20 personas de una misma empresa, de una misma empresa!! Y ninguno se puso la cámara, ninguno. Por no usar, no usaban ni el audio para saludar cuando entraban a la clase. Es fácil imaginar lo difícil que es dar una clase en esas condiciones. Tienes que optar por dar las tres horas de clase imaginando que todos ellos siguen tus explicaciones porque nadie pregunta. Desolador.
Afortunadamente, no es en todos los casos, pero algo tiene que cambiar. La formación online llegó para quedarse y, o aprendemos que podemos hacer casi las mismas cosas que en una presencial, o habremos perdido una oportunidad de llegar a más gente y de hacerlo cotidiano.
Me estoy planteando seriamente poner mis reglas en determinadas clases. Si tú no compartes, yo tampoco. Me limitaré a ser un clon de un libro en PDF que lee lo que está escrito, pero deberíamos salir ganando todos.