El otro día me reuní con un cliente, no muy 2.0 pero que poco a poco va entrando en la nube.
Habíamos quedado para repasar un presupuesto y ponernos mano a la obra.
El caso es que me había olvidado el presupuesto en la oficina, y acudí solo con el portátil. Habíamos quedado en un bar, cerca de su oficina, para tomar un café. Llegué, nos pusimos a hablar y le pregunté si había traido él el presupuesto, me dijo que no, que no había subido aún a su despacho.
No pasa nada, le dije, encendí el portátil, me conecté a la wifi del bar, y en un par de minutos, estaba dentro de Google Docs, donde suelo guardar documentación que quiero que esté siempre a mano. Se lo saqué por pantalla y hablamos sobre él.
Cuando terminamos, me preguntó sobre Google Docs. El se mueve mucho por España, y siempre va cargado con un portátil, se dedica al mundo del espectáculo, y tiene un par de colaboradores, con los que crea canciones, monólogos, y cosas asi. Al ver que se podían compartir documentos y carpetas se le abrió un mundo:
«Eso podría ser genial. Ahora es un lio, nos mandamos correos, pero por distintas razones, no coordinamos bien los textos, y siempre hay que esperar a estar todos juntos para concluirlos. Con esta herramienta, puedo saber quien lo modifica, que pone, aprobar o no las modificaciones, etc. Es fantástico».
Vi que le había gustado y que se iba a apuntar a su uso, sin embargo, el comentario final que hizo me desanimó un poco al respecto:
«Claro que mis colaboradores son de los papel y boli. Me cuesta horrores que me manden correos, como para enseñarles esto».
Lamentablemente tenía razón. Su gozo en un pozo. Le sugerí darles unas clases a sus colaboradores, pero me dió un par de razones bastante poderosas para no intentarlo, que prefiero no comentar.
El caso es que me quedé con las ganas de explicarle Google Wave, y el partido que le podría sacar, pero sería ponerle la miel en los labios, y no era plan. Tal vez otro día.
Nota: Esta historia puede ser totalmente falsa, o no