La relación con mi padre había sido siempre muy fria. El volvía de trabajar tarde, cenaba, escuchaba la radio, y leía alguna novela de Marcial Lafuente Estefanía, Se acostaba, y se levantaba antes de amanecer. No tenía apenas oportunidad de hablar con él. Los fines de semana se levantaba un poco mas tarde, pero salía de casa y volvía a las horas de la comida y la cena.
Mi padre había nacido en un pueblo de Salamanca, pero se vino muy pronto a vivir aquí. Su padre murió cuando él tenía unos meses. Participó en la cacería de un jabalí que tenía atemorizado al pueblo, y fué atacado por él. Según contaron lo empotró contra un árbol y se rompió todos los huesos del cuerpo. Su madre recogió sus enseres en una maleta y partieron en busca de nuevas oportunidades, estaba embarazada. Llegaron en primavera, parió en verano, y en otoño murió. Nadie sabe de que. Unos decían que de desesperación, otros de pena, y otros que de difteria. El caso es que mi padre se quedó sólo. Una vecina de la pensión donde vivían se hizo cargo de las dos criaturas hasta que entregó a mi padre y su hermana a unos comerciantes que habían estado viajando por media España y que por una enfermedad ya no podían salir mas.
Mi padre no fue a la escuela nunca, Se puso a trabajar en cuanto fue capaz de ponerse en pie. Ayudaba en el comercio que tenían en una plaza. Despachaban todo lo que se podía vender entonces. Y mi padre aprendió a contar con las monedas que veía en la caja, y a leer mirando las hojas de los periódicos que usaban para envolver la mercancía. Siempre me dijo que a mi me pagaba la escuela para que aprendiese las palabras que él nunca leyó. Decía que hay mas de cinco mil palabras que no significan nada, y mas de tres mil que se deben aprender para ser un hombre de provecho.
-Si eres capaz de hablar bien, te contratarán para un trabajo digno.
Yo tardé muchos años en averiguar en que trabajaba mi padre. Solo sabía que estaba todo el día fuera de casa, y que volvía con las manos negras. Un día lo vi pasar por la calle, iba en la trasera de un camión lleno de carbón.
Al día siguiente de entregarle el paquete, le di el recado que me había dado la Susy.
-Dijo que tenías que pagarle pronto.
-Ya, ya, no te preocupes, y no digas nada a nadie.
Yo me bajé a jugar con mis amigos a la explanada enfrente de casa, dejé a mi padre en la cocina. Ya estaba mejor, pero aún no iba a trabajar. Al rato de estar jugando a las canicas, vi salir a mi padre con el paquete en la mano. Se metió en el colmado de Blas, el tuerto, y por la ventana vi que se lo entregaba, y que Blas le daba un fajo de billetes. Me pareció mucho dinero. Mi padre se lo metió al bolsillo y volvió a casa.
Al cabo de una semana, mi padre me llevó al circo como había prometido y esa misma noche me llamó mientras mi madre estaba fregando en la cocina. Quería que fuese con él al bar de la Susy.
-No me gusta ese sitio, huele mal.
-Tu te vienes conmigo, no hay mas que hablar.
No supe a que venía ese interés. Solo quería quedarme en casa. Acudir de nuevo a ese tugurio me daba asco, repugnancia y miedo. Todo a la vez.
A mi madre le dijo que le acompañaba a buscar unas herramientas a casa de un amigo. Yo creo que mi madre lo sabía, pero no dijo nada.
Al llegar, había un buen ambiente en el bar. Había fútbol, y el bar de la Susy era de los pocos que tenía tele. Al menos una docena de clientes estaban mirando la pantalla, y un par de ellos dormitaban junto a la barra. Uno de los que estaban medio dormidos, era el mismo que vi la otra vez con un cigarro en la boca a punto de quemarse.
La Susy llevaba una blusa roja, y una falda negra. Los labios pintados del mismo color que la blusa, y unos pendientes en forma de aro del mismo color. Los ojos los tenía pintados con un color negro que no le favorecía nada. Parecía una mujer de las que salían en las revistas que mi amigo Mariano traía de Francia. Llevaba además un collar en el cuello, de falsas perlas. Se notaba a la legua.
Enseguida entendí la intención de mi padre. Quería “bautizarme”. Dijo en voz alta que yo era su hijo, que no era la primera vez que acudía al bar, pero como si lo fuera. Que hoy tomaría mi primera cerveza, que ya era un hombre, que se fijaran bien en mi cara, que si me trataban mal, se las tendrían que ver con mi padre, que era sangre de su sangre, que tenía su permiso para ir al bar cuando quisiera y a tomar lo que me apeteciese, que para eso estaba en edad de trabajar.
La susy miraba a mi padre con gesto condescendiente, y a mi con algo de pena. Cuando mi padre terminó su diatriba, algunos aplaudieron, otros me dieron una palmadita, y alguno me invitó a fumar un cigarro, que decliné. Solo el hombre del cigarro en la boca, medio dormido, no se manifestó.
Como era de esperar, mi padre se animó tanto con aquella presentación que acabó borracho, yo no pude terminar esa cerveza que me pusieron delante. Sabía a rayos. Me quedé durante horas mirando la televisión, sin saber que hacer. La susy me miraba desde la barra, mientras servía. Mi padre habló con todos los parroquianos, y con cada uno se tomaba algo, un vino, un soberano, lo que fuese.
Fueron unas horas amargas, que aún recuerdo con algo de desgana en mi cabeza, como si lo estuviese reviviendo. Poco antes de irnos, mi padre se acercó a la barra y le dió un sobre a la Susy, ésta miró el contenido, y pude ver que había unos cuantos billetes de cien pesetas y alguno de mil. Mucho dinero. Teniendo en cuenta que en casa apenas teníamos para comer, me sorprendía que mi padre fuese con esos fajos de billetes por ahi. Entre eso, y lo del paquete de unos días antes, empecé a sospechar de mi padre. Se traía algo entre manos.
Salimos del bar, era muy tarde. En la esquina de la calle había dos hombres de pie, como esperando, pasamos a su lado. Mi padre no era capaz de fijarse en ellos de la tajada que llevaba, pero yo pude reconocer a uno de ellos. Era el policía que había entrado en el bar de la Susy preguntando por Venancio. Y se me quedó mirando