Vivimos inmersos en una época altamente tecnológica. No descubro nada al decir que tenemos suficiente tecnología para disfrutar de ella durante muchos años. Tenemos al alcance de la mano miles de horas de música, cientos de horas de videos, descargas de películas para todo el resto de nuestra existencia, lectura para muchas generaciones, información al instante y por múltiples frentes, acceso a gente que no veremos nunca, conocimiento desmesurado, localización de gente en tiempo real, y muchas cosas más.
Y todo eso es bueno, muy bueno… pero en su justa medida.
Sobrepasar el límite de horas invertidas en estas cosas, es peligroso y seguro que dañino. O ponemos límites a nuestra dedicación, o dependeremos cada día mas de un enchufe, una cobertura o una conexión a internet.
Y lo que necesitamos de vez en cuando es volver a coger esa bicicleta que nos permite admirar el paisaje y sentir la brisa en la cara. Cada sonido del móvil, cada ventana en el navegador, o cada correo puede suponer una oportunidad de amistad, trabajo, vida social, etc. Pero tener todo el día esas alertas puestas es contraproducente. ¿Acaso no es mejor tener una agenda laboral y de ocio y cumplirla?. El hecho de tener a nuestro alrededor la famosa «nube» (aunque yo prefiero llamarla «niebla» porque nos impregna por todos lados), no significa que dependemos de ella para sobrevivir. Nos aporta muchas ventajas, pero también mucha dependencia. Habrá que aprender a no depender de ella para todo.
Y volver a la bicicleta, y como decían en el Principito, dedicar tiempo hasta llegar a la fuente: